Los huérfanos (4 min)

Silhouette of the hungry children of refugees

El siguiente relato pretende ser un doble homenaje, a una realidad dolorosa y a un escritor, para mí, imprescindible. Espero que os guste. 

Nadie quería imaginar que hubiera tantos huérfanos todavía; y menos que querrían ir a Marte. Nadie sabía de dónde habían venido. A lo largo de los meses fueron llegando y llegando. Niños y niñas de todas las edades. Algunos con paso decidido y barbillas levantadas, otros arrastrando los pies y cabizbajos. Algunos con una incipiente pelusa en las mejillas y otros sorbiendo ruidosamente los mocos. Como una larga serpiente multicolor, niños de todas las razas cruzaban los países y los continentes, y se acercaban  a los cohetes.

Niños de caras blancas como la nieve y ojos glaucos como el cielo sin nubes por la mañana.

Niños de piel amarilla y ojos oblicuos soñadores.

Niños de rostros negros y ojos de fuego, con genios de la lámpara en los bolsillos.

Niños de largas melenas rizadas y niños casi sin pelo.

Sin cesar fueron llegando. Familias enteras salían a su paso y les suplicaban: «¿A dónde vais insensatos? No debéis huir de vuestros hogares. El camino es peligroso. Quedaos una noche al menos para cenar con nosotros y dormir calentitos» Y ellos contestaban sin detenerse:  «El camino no nos asusta. Todos estos que veis somos hermanos. No dejamos atrás hogar ni familia. Sólo guerra y hambre, y tristeza. No nos atraparéis; ya hemos escapado» Y saltaban alegres esquivando las manos que intentaban agarrarlos. En un pueblito un hombre anciano quiso amedrentarlos: «¿No os da miedo la negrura del espacio? ¿No sabéis que puede estar plagado de monstruos?» Pero ellos reían y contestaban a carcajadas: «No nos da miedo el espacio porque está lleno de estrellas. ¿Acaso lo has olvidado viejo?»

Hubo grandes discursos; se celebraron conferencias internacionales para convenir como detenerlos. Pero los niños siguieron avanzando, insensibles a las súplicas y a los razonamientos, y sin que las amenazas les hicieran mella. Conocían muy bien la violencia y la destrucción. Las habían dejado atrás, junto con el miedo.

Y nadie quería detenerlos por la fuerza; habían sufrido ya demasiado. En una última Asamblea, los poderes de este mundo acordaron esperar a que el hambre, el cansancio y el aburrimiento les hicieran desistir. «¿Acaso no son niños? Más pronto que tarde abandonarán».

Pero no abandonaron. A su paso por las poblaciones, los hijos de las familias fueron los primeros en darles alimentos y ropa. Al principio los padres los regañaban y los traían de vuelta por una oreja o arrastrándolos por los pelos. Pero luego fueron esos mismos padres los que los aprovisionaron para el viaje. Se intentó que el ejército lo impidiera, pero los soldados dijeron: «Hemos luchado en muchas guerras, y a nuestros jefes nunca les importaron los huérfanos ni el infierno en el que los dejábamos. Ahora que lo han logrado, no vamos a impedirles escapar». Y junto a los niños fue creciendo otra columna de gente que los seguía sin intentar detenerlos. No soportaban abandonarlos.

Y los niños siguieron avanzando. Era una fría mañana cuando llegaron al país de los cohetes. Nadie los detuvo cuando saltaron las alambradas. A pesar de la gran habilidad que demostraron, fruto de su amarga experiencia, y que los mayores y más altos ayudaron a los más pequeños, no todos consiguieron cruzar. Y nadie les impidió acercarse a los cohetes. Los operarios los ayudaron a subir a las naves, incapaces de negarse al verlos con aquellos ojos encendidos de ilusión a pesar del cansancio y de las caritas sucias y mocosas. «Cuando encendamos los motores, el rugido los asustará y nos suplicarán que los llevemos a casa», se decían esperanzados.

Pero los niños habían aprendido a dormirse arrullados por los disparos y las explosiones, y cuando los motores escupieron su aliento de humo y fuego, rompieron a cantar. Su canto se oyó por encima del bramido de los cohetes, y alcanzó a los más pequeños que se habían quedado sin poder cruzar las vallas. Empezaron a llorar. De entre la gente que los había seguido se aproximó un anciano. Con movimientos lentos y suaves se agachó junto a una niñita que lloraba con desconsuelo. El anciano le acarició la carita de piel oscura, sucia del polvo del camino. La niña interrumpió su llantina y lo miró con ojos suplicantes.

Y en ese momento, el anciano se decidió. «¿Es que vamos a quedarnos cruzados de brazos —dijo dirigiéndose a la gente— mientras estos niños quedan separados de su única familia? ¿Es que vamos a convertirlos en huérfanos otra vez? No tienen padres ni madres, pero si tienen hermanos y están en esos cohetes a punto de marchar a Marte. Yo os pido que les ayudemos. Es nuestro momento; el momento de los abuelos». Como atendiendo a una invocación, miles de abuelos salieron de la multitud y ayudaron a los niños a saltar la valla. Miles de abuelos atiborrados de pastillas para la tensión y el colesterol, de parches para el corazón y el reuma, aguardaron conteniendo la respiración; pero antes de que el primer cohete despegara, el canto lejano aumentó de intensidad, con la alegría del reencuentro; y era un canto lleno de felicidad y esperanza.

Luego los cohetes rugieron más fuerte, y vomitaron una ola de ardiente verano que azotó los rostros de la multitud que aguardaba ante las vallas. Y los abuelos fueron por un  instante niños de nuevo, y se olvidaron de las pastillas. Después, el silencio, y miles de lejanos puntos brillantes haciéndose cada vez más y más pequeños en el cielo de la tarde.

Los huérfanos habían partido hacia Marte.

Fin de Los huérfanos

PS: se me olvidaba decir que el relato es también un homenaje a los abuelos.

Comentario a «Los huérfanos».

Mi primer contacto con Ray Bradbury fue «Crónicas marcianas», y su resultado no presagiaba lo que el escritor acabaría siendo para mí, aunque algunos de los relatos de las crónicas me siguen fascinando a día de hoy. Yo era un niño que idolatraba los libros y la ciencia ficción, Julio Verne, H. G. Wells, Asimov y, sobretodo, Arthur C. Clarke. En comparación con ellos, el bueno de Ray me pareció simplón, impreciso, carente de rigor científico. Qué horror, pensé entonces, si hasta parecía poesía.  Durante mi adolescencia, sin que fuera consciente de ello, se fraguó un motín en mi interior por el rumbo de mis futuras singladuras literarias. Para no extenderme, concluiré diciendo que ganaron la poesía, Tolkien, Úrsula K. Le Guin y , sobretodo, Ray Bradbury. Aunque sigo degustando un buen relato de ciencia ficción «pura», signifique eso lo que signifique.

8 comentarios en “Los huérfanos (4 min)

    1. Muchas gracias por la sugerencia. La verdad es que tengo muy abandonados a los autores en lengua española, y eso hace que haya perdido algunos notables. Hace poco leí Mundos en el abismo, y me gustó. También miro la revista Supersonic de vez en cuando, y disfruto sus relatos. El autor que me comentas me parece muy interesante. Lo leeré. Ah, y muchas gracias por seguir mi blog. El tuyo es extraordinario 😀

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      1. Gabriel Bermúdez es uno de los padres de la ciencia ficción española. Ya está muy mayor, pero sigue en activo. Hay una página de Facebook donde sus seguidores suben cosas y por Youtube también hay algo. Quizás le suene el juego de rol El señor de la Rueda, basado en una de sus novelas.
        Seguimos en contacto. Y gracias por el halago a mi blog.

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