Hay almas que pasan la vida sumidas en un profundo sueño del que no pueden despertar. A veces, sin embargo, no desean hacerlo.

—Savannah querida, al fin te decidiste a venir después de tanto tiempo. Hemos cuidado de tu madre, pero nadie puede sustituir a una hija. ¿Verdad? —dijo la más alta de las ancianas.

—No es asunto tuyo cuándo visito a mi madre, Scarlett.

—Hija, por favor —dijo una viejita sentada junto a Savannah. Hablaba sin apenas mover los labios; el maquillaje, que cubría a la perfección sus arrugas, no se alteró en lo más mínimo.

—No me he ofendido, Caroline. ¿Sabes quién ha regresado al pueblo?

La aludida contuvo un escalofrío y se cruzó el chal sobre el pecho.

—No —dijo con un hilo de voz.

—El hijo del negro que mató a tu marido, Angus. Las mujeres decentes del Sur —dijo Scarlett mirando a Savannah— tenemos que impedir semejante desfachatez. Debes hablar con el pastor Ethan para que obligue al comisario a actuar.

Caroline se recompuso el cabello ralo y teñido de rubio, con la mirada fija en su taza de té.

—Mi padre era un borracho y un mal bicho —dijo Savannah.

—Cariño, no hables así de tu padre —murmuró Caroline.

—Savannah querida —añadió Scarlett—, un hombre tiene derecho a beber de vez en cuando.

—Si no es por aquel negro, mi madre no estaría hoy aquí. ¿Queréis repetir con el hijo lo que hicisteis al padre? Mamá, ¿cómo puedes participar en esto, después de lo que pasó? Por Dios, estamos en 1975. No quiero saber nada de vuestros planes de linchamiento.

—Tranquila, Caroline querida —dijo Scarlett cuando Savannah se marchó—. Acabará por entenderlo.  El pastor aguarda. Ese vestido es perfecto, pero sería mejor algo más discreto.

Caroline intentó una sonrisa y se disculpó para subir a cambiarse. Se desplomó en la cama justo antes de que el llanto la desbordara. Sólo pensaba en lo que le costaría maquillarse de nuevo.

Fin de

El alma dormida