Un millón de muertes

Vector illustration of generation of woman.

Algunos han señalado mi debilidad por la truculencia y la masacre. No entiendo por qué, pero, de todos modos, en el siguiente relato limito el número de damnificados. Ojalá aún se demore mucho el instante de enfrentaros a la Gran Verdad.

He vivido un millón de vidas, desde la ameba primigenia que perseguía la luz, hasta el dinosaurio víctima del curso irracional del cosmos; desde el primer pez que abandonó el fango hasta la forma que tantas veces he habitado y en la que ahora aguardo. Pero el cachorro que tableta en mano pretende desentrañar el misterio de la que considera solo una vida más, nunca podría aceptarlo.

—Señora Smith, ¿me permite unas preguntas?

Ha tenido mala suerte conmigo; Jonathan fue abducido por extraterrestres, y Manuel disfruta relatando cómo salvó al faraón Ramsés II de su ataque de alergia. En realidad, no tengo que hablar con él.

—Por supuesto que sí —Rubén le dijo que era uno de mis días buenos. Rubén es cariñoso con nosotros, me gusta y presiento que juega un papel en mi próxima muerte—. Para una vieja como yo es halagador que un joven se interese por mi insignificante vida.

—Usted no es vieja, y ninguna vida es insignificante —dice ruborizándose; si supiera las veces que he escuchado lo mismo—. Me llamo Georgios Sánchez y estudio segundo año de medicina.

Vaya mezcla; griega y latina, con algo de azteca. Debió ser duro crecer respirando desprecio y marginación, agradecer cada migaja de reconocimiento que le arrojaban los blancos dominantes. Lo he sufrido tantas veces, pero cuando tienes solo una vida debe ser diferente. Hace milenios decidí no tener familia, y nunca me arrepentí, así que firmo el consentimiento en la tableta para que el estirado del doctor Stevens y Rubén puedan dejarnos solos.

—Señora Smith, hábleme de lo que quiera.

Las prácticas son obligatorias, y a la mayoría no les importa lo que podamos contarles, pero este Georgios tiene madera de futuro psiquiatra.  De todos modos, aún no he decidido si me cae bien.

—Mi vida es corriente. Nací en un pueblo, abandoné el instituto para casarme y tuve siete hijos que murieron. Mi hombre era el más cariñoso del mundo y me trataba como a una reina. El pobre murió en la guerra de Vietnam.

—Debió ser terrible para usted. No puedo imaginar el sufrimiento de perder a un hijo.

Empatía. El chico la tiene, no hay duda, y solo es un estudiante.  Ojalá me recordara a alguien que hubiera apreciado en el pasado, pero los he borrado a todos. Es mejor así. Solo recuerdo mis muertes, siempre insatisfactorias, siempre renaciendo antes de descubrir la Gran Verdad.

—Lo fue, pero al menos tenía un marido al que cuidar y que me adoraba.

—Sé que le resultará doloroso —balbucea—, pero me gustaría saber qué fue de su vida tras fallecer su esposo. No me lo cuente si no se ve con fuerzas.

—Pues poca cosa. Me sentía muy sola y por eso quise venir aquí.

El chico no para de tomar notas en la tableta, como si todas estas fabulaciones fueran verdad revelada. Le queda tanto por aprender. Yo había muerto miles de muertes atroces antes de tener su edad. El muchacho empieza a caerme bien. Tendré que ayudarlo un poco.

—Hace mucho calor —digo, coqueta, y me quito la chaquetita.

—Señora Smith, ¿qué son esas marcas? —dice, horrorizado, los ojos fijos en las cicatrices de mis muñecas.

—No es nada —digo avergonzada— No creas lo que te digan, me las hice para quedarme aquí.

Pobre Georgios, no sospecha que es la única verdad que le he dicho. Habría apostado que se excusaría para ir al baño, y en lugar de eso se ha sobrepuesto, y hasta adopta expresión profesional. Mi admiración. Pero basta por hoy. Mañana puede que le hable de mi marido maltratador, al que tal vez matara, o me inventaré otra cosa.

—Amelia, no debes destaparte —dice Rubén colocándome la chaqueta sobre los hombros—. Aún no te has recuperado de la neumonía.  ¿Has sido buena con el doctor Sánchez, o le has contado una de tus historias?

Es un buen hombre. Últimamente se le ve con ojeras. El bebé llora toda la noche. Mientras me conecta el frasco de la medicación, Rubén le señala la salida con la mirada al estudiante de Medicina.

—Mañana continuaremos si se encuentra mejor. Gracias por su colaboración, señora Smith.

Hasta mañana muchacho. Rubén me deja para atender a otro interno. A pesar de tanto tiempo y tantas muertes no consigo enfrentarme a la vieja dama con resignación zen. La impaciencia me consume conforme se acerca el final. He vivido todo tipo de muertes: despierto y dormido, heroicas y absurdas, naturales y violentas, incluso suicidios. Las he repetido en una infinidad de mínimas variaciones y la Gran Verdad siempre me ha resultado inaprensible. No recuerdo mi existencia antes de nacer por vez primera en la Tierra. Hubo un tiempo en que lo creí un don, pero tal vez sea una condena. Si es así, ¿qué crimen pude cometer? ¿por qué se me oculta? ¿cuándo terminará mi penitencia? Entre la muerte y el renacer la Gran Verdad está a mi alcance; en esa millonésima de segundo reside mi esperanza de que todo cobrará sentido y no renaceré más.

De repente tengo calor, mucho calor. Me cuesta respirar.

—Amelia es alérgica a la penicilina, Amelia es alérgica a la penicilina —grita Manuel, que ha despertado y se arranca mechones de cabello.

Busco a Rubén con la mirada, pero la realidad se vuelve borrosa y me invade una sensación de urgencia. Debo prepararme.

—¿Qué medicación le está pasando? —dice el doctor Stevens, aunque su voz me llega de muy lejos.

—Es culpa mía —solloza Rubén a mi lado—. He equivocado el antibiótico.

Pobre Rubén. Tenía que ocurrirle precisamente a él. Esto le traerá problemas, pero no tengo tiempo para la compasión. Debo concentrarme. Se acerca el momento.

Esta vez lo conseguiré.

Un millón de vidas son demasiadas.

 

Fin de

Un millón de muertes

9 comentarios en “Un millón de muertes

    1. Non riesco a immaginare un posto migliore per abbellire le mie umili finzioni, nel tuo giardino, nella più bella città del mondo. Cara Shera, credo che non devi aspettare per trovare la Grande Verità: l’hai già trovata. Un abbraccio e mille grazie per il tuo commento.

      Me gusta

    1. Pues sí, es un tema que siempre me ha apasionado. Me gustaría pensar que fuera cierto, y que recordáramos otras vidas, y que no olvidaremos que en una de ellas conocimos tu magnífico blog «Saltos en el Viento». Un abrazo y mil gracias por comentar.

      Le gusta a 1 persona

  1. Original y simpático tu relato, a pesar de como dices el punto truculento.
    Pobre Rubén se comerá el marrón de haberse cargado a la mujer, a pesar de tantas vidas que hubiera tenido.
    Estaría estupendo que fuera así, según dicen los budistas la reencarnación es lo que espera detrás de cada vida, lo malo es que yo no me acuerdo jejeje.
    Me he entretenido mucho con este relato y hasta me has sacado sonrisas imaginando como la señora le contaba sus historias al pobre Rubén.
    Un abrazo🌹

    Me gusta

    1. Muchas gracias por visitar mi humilde residencia de ancianos, podría decirse que poco comunes :D. Ay, Rubén, a mí también me apena su suerte, tan bondadoso, con su niño pequeño y todo. Va a resultar que sí tengo un saco repleto de puntos truculentos. Ya en serio, reconozco que las tragedias de la vida me inspiran mucho más que las alegrías, incluso cuando quisiera que fuera de otro modo. Por eso os necesito tanto a vosotros, los poetas, cuando cantáis al amor y la alegría de vivir.Un beso muy grande y muchas gracias por leer mi relato y comentar. Nos leemos.

      PS: conste que cuando entonáis odas al sufrimiento y el desamor, también os disfruto. Qué necesaria es la poesía.

      Me gusta

Deja un comentario