Viaje a la Luna

 

luna-tierra-nasa
Luna y Tierra desde la sonda espacial automática Juno. NASA

Corría el verano de 1969 y mientras Neil Armstrong dejaba atrás la cuna de la especie humana y ensayaba frases solemnes para el caso de que todo saliera bien, en la Tierra el pequeño Lothrandir se enfrentaba a un desafío similar si no mayor: dejar atrás el pañal. Por ello, y como excepción, le cedo ahora la palabra.

Uno de los primeros juegos de tablero que recuerdo es Viaje a la Luna. Cervezas Damm lo regalaba —como han cambiado las cosas, madre— al completar un álbum de cromos que supongo venían con las cervezas.  De este modo que hoy sería percibido como poco edificante para un niño,  dieron inicio dos de las pasiones que me acompañan hasta el día de hoy. Bueno, la cerveza tardaría aún muchos años en probarla, ya que mis padres eran aficionados a darme un sorbito de cava catalán —entonces lo llamábamos champán— en Nochevieja para que luego el infante hiciera la gracieta de telefonear a la familia con hilarante resultado. Mis progenitores, chapados a la antigua, me sometían a la ley seca durante el resto del año, especialmente después de que el niñito aprovechara un descuido para aplicarse una botellita de coñac de las que dan en los hoteles, con melopélico resultado. Pobres, la verdad es que se llevaron un susto de muerte. Pero me estoy apartando del tema. 

Mi otra pasión, la exploración del espacio —así lo llamábamos entonces, antes de conocer la palabra cosmos—, es el motivo de esta reflexión. Ayer domingo 21 de julio se cumplieron cincuenta años de la llegada del ser humano a la Luna. Siempre se enfatizan, por razones comprensibles, el momento del despegue del gigantesco cohete Saturno V y, especialmente, la celebérrima primera pisada de Armstrong.

Para mí, el trayecto de cuatro días a través del vacío, con la Tierra cada vez más pequeña a su espalda, prendida del terciopelo negro de la noche eterna, me parece el viaje más terrible realizado por la Humanidad. Es cierto que las tripulaciones del Apolo 8, 9 y 10 ya habían atravesado ese hiato entre mundos y habían regresado, pero para los «amigables desconocidos» —como Aldrin y Collins defininieron en una ocasión a los tres miembros de la misión del Apolo 11— era la primera vez que cruzaban ese puente suspendido sobre la nada o el todo, según se mire. Desde muy pronto, más o menos desde que empecé a tomar cerveza,  pensé, y sigo haciéndolo ahora, que esa debió ser la mayor prueba, el verdadero momento  crucial de la misión. 

Me diréis, no sin razón, que los tres astronautas eran profesionales, dos de ellos militares, y que la concentración en las rutinas y protocolos les ocupaba por completo tiempo y mente, pero eso los convertiría en autómatas. De todos modos, cuando nos imaginamos como protagonistas de un episodio histórico, lo hacemos siendo nosotros mismos, con nuestros miedos y anhelos. Dudo que yo hubiera soportado el viaje de cuatro días sin enloquecer.

Sobre todo sin cerveza.
Nos vemos en la Luna.

Feliz verano septentrional a todos.

14815930 - copia

album editado

160328110_15555755735A7D87E4_135330648

160328110_1555575572DE118D32_135330638 - copia

 

11 comentarios en “Viaje a la Luna

  1. Qué juego más chulo. Pena que en mi casa no tomaran cerveza.

    Comparto tu aprecición sobre el viaje de hace 50 años.
    Pero pienso que sobre la propia corteza de nuestra roca muchas veces, personas y sociedades, han emprendido aventuras quasi suicidas como esa. Unas salieron bien y otras no.
    Saludos.

    Le gusta a 1 persona

    1. Es un juego al q le tengo mucho cariño. Estoy de acuerdo con lo que dices. En las “hazañas” humanas siempre hay un alto grado de azar. Además, a veces logros importantes son olvidados, y fracasos estrepitosos —como Scott en la Antártida— se convierten en mito. Ojo, conste q soy mucho más de Scott q de Amundsen, que planeó desde el principio comerse a los perros 😐. Me declaro admirador del adagio latino que señala: “a los dioses les corresponde conceder el triunfo, los humanos solo pueden merecerlo”. Muchísimas gracias por comentar. Un saludo.

      Me gusta

  2. El espacio es tan fascinante… Yo creo que me aficioné con una colección de libros de ciencia ficción que compraba mi padre (Eran libros azules y el dibujo y letras enmarcado en plateado)… Esas portadas del espacio con naves y robots me fascinaron!!! ¡Buena entrada!!! Hummmm Cerveza…. ¡Nos leemos!

    Le gusta a 1 persona

  3. wow, hace 50 años todos estaban taaan orgullosos de si mismo como de la humanidad y ni imaginaban que este día no se acordará así de facil. ahora sabemos que en la Luna todavía estuvimos bajo la protección de la madre Tierra 🙂 y si hubieramos ido más alla, no llegaríamos al destino 🙂 pero que fecha más grande para recordar!!!

    Le gusta a 1 persona

  4. Sin en ningún momento querer desmerecer el contenido de la presente entrada, nos vemos obligados a exhortarte un nuevo post en el que narres tu desventura acuñada como de «melopélico resultado» o, si es demasiado heavy el asunto, una infantil crónica telefónica inducida por el cava.
    ¡Es lo que vende!

    Le gusta a 1 persona

    1. Mi natural modestia y pudor me impiden… ¿no cuela, verdad? Allá va. El «incidente» de la botellita de cognac tuvo lugar un poco después de la llegada a la Luna, cuando yo tenía entre tres y cuatro años, aunque aquí las versiones familiares difieren y como no hubo atestado policial, pues no hay forma de confirmarlo. Además, mi hermano pequeño Javier, que ejerce como notario de los recuerdos de la familia, no alcanzaba el año de edad por aquel entonces y no guarda «grabaciones» sobre el suceso. El caso es que poco después mis padres me enviaron durante un año con una Tita mía, y bueno, pues como que tal vez tuviera alguna relación con el evento alcohólico precoz. No sé, a veces me despierto bañado en sudor y por unos instantes me persigue la imagen de mi yo de niño obligando a mi hermanito pequeño a engullir chupito tras chupito.
      Y eso es todo, que hace calor y ya os he castigado bastante.
      Gracias por pasaros y comentar. Feliz verano.

      Le gusta a 1 persona

  5. ¡Esa sí que es la edad de probarlo todo! A mis cuatro años me gustaban mucho las pastillitas de sacarina: una noche me tome dos que en vez de en un bote estaban contenidas en un blister, y mis padres se asustaron un poco cuando empecé a comunicarles que veía dos teles y veía dos yayas. Quizá las pastillas de edulcorante no hubiesen debido ser de la misma forma y tamaño que las de orfidal, ¿verdad? En fin, un buen lavado de estómago y listos.
    Tu historia contiene más sombras que luces, de ahí se puede sacar un best·seller (y una resaca).

    Le gusta a 1 persona

Deja un comentario