El pequeño tamborilero[1]
El aroma a misterio y maravilla tiene algo de adictivo para nosotros. En su persecución arrostraremos cualquier riesgo, y nuestro corazón latirá acompasado al ritmo que nos señala el camino. Al fin y al cabo, como todo el mundo sabe, desde niños adoramos los tambores.
Tomás necesitaba aire fresco. Todavía faltaba media hora y contemplar las caras de los otros le suponía una tortura. No soportaba aquella expresión de consuelo y desesperanza. Normalmente lo sobrellevaba bastante bien, pero hoy era la primera nochebuena.
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