LOS ENTRESIJOS DE LA CREACIÓN

En primer lugar quiero dejar claro que este título, puede que pretencioso, cobija las reflexiones de alguien que está en proceso de ser escritor. No es seguro que llegue a culminarlo, pero el estar en dicho proceso me proporciona las suficientes satisfacciones para perseverar en ello.

No voy a entrar en la definición de escritor; las hay para todos los gustos: que si aquel que publica un libro; que si aquel que consigue vivir de sus relatos; que si aquel que llega a ser escritor de éxito. En fin. Hoy en día, con las herramientas de autopublicación —Amazon, iPub, etc— cualquiera puede ver cumplido su sueño de “publicar” una historia. Incluso alguien como yo. No, no voy a entrar en esas disquisiciones porque no me siento en absoluto capacitado para ello.

Pero como todo aquel que está “en proceso de ser escritor”, me siento animado a compartir las reflexiones que dicha actividad me suscita. Hasta hace un par de años, mis escritos de ficción habían sido únicamente contribuciones esporádicas  en foros de juegos de rol. Me resultaron muy gratificantes. En el  último año y medio he retomado la escritura de forma —para mí— más ambiciosa.  Esto no significa mucho, y lo digo no desde la falsa modestia —creo que siempre es falsa— o desde una impostada humildad, sino desde la más pura objetividad. No puedo pretender estar en posesión de la misma técnica, haber adiestrado la creatividad del mismo modo, tener el mismo “oficio” en fin que aquellos que llevan decenas de años escribiendo.

Ni en mis más locos sueños. Para ellos todo mi respeto y admiración.

Es sólo que hoy, antes de ponerme a escribir, he pensado que resulta curioso como es el proceso de gestación de esas historias imaginarias que todos (escritores, aquellos que estamos en proceso de serlo, y el público en general) acariciamos en algún momento. En mi caso, hay cierto protagonista que lleva año y medio sujetando su taza de café frío (ahora mucho más frío, por supuesto), esperando a poder salir de la cocina, o a que pase algo; lo que sea. Eric tuvo más suerte —creo— y tan solo después de seis  meses completó su odisea a través de cierta legendaria hacienda.  Hay unos niños que en el curso de una tarde, sin que yo hubiera sido consciente de su existencia previa, alcanzaron la liberación a bordo de unos cohetes hacia Marte. Incluso cierta boda —de gran mortalidad— se vio transferida al papel en un par de días. Fueron sólo nueve hojas, pero para mí significaron todo un logro. A día de hoy, el personaje del café más que frío hace compañía a cierta caravana que construye una vía férrea a través del desierto, en un planeta con cielos y lunas multicolores.

Y así podría hablar de unas cuantas historias más; no tantas como un escritor profesional, pero sí bastantes para alguien como yo que todavía está en proceso de ser escritor.

Las razones por las que algunas historias fluyen con relativa facilidad, mientras que otras permanecen suspendidas en un estado de maceración más allá de la realidad del día a día, me causan por ahora una fascinada perplejidad. Si alguna vez llego a convertirme en escritor —eventualidad más improbable a cada día que pasa— tal vez esos indescifrables arcanos me sean revelados.

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