Regresar a Urueña

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Lothrandir, tras un viaje a Asturias, ha pasado un tiempo pachucho. Mientras se recupera, y por esta vez, le eximiremos de regalarnos una de sus inquietantes ficciones.

Mi mujer y yo conocemos bien la Suiza central, y todos nos decían que Asturias era muy parecida; ha resultado ser cierto, al menos en la costa que es lo que hemos visitado: vacas, túneles, el verde de montes y prados, y un lago muy grande que se llama Cantábrico. Seguir leyendo «Regresar a Urueña»

Viaje a la Luna

 

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Luna y Tierra desde la sonda espacial automática Juno. NASA

Corría el verano de 1969 y mientras Neil Armstrong dejaba atrás la cuna de la especie humana y ensayaba frases solemnes para el caso de que todo saliera bien, en la Tierra el pequeño Lothrandir se enfrentaba a un desafío similar si no mayor: dejar atrás el pañal. Por ello, y como excepción, le cedo ahora la palabra.

Uno de los primeros juegos de tablero que recuerdo es Viaje a la Luna. Cervezas Damm lo regalaba —como han cambiado las cosas, madre— al completar un álbum de cromos que supongo venían con las cervezas.   Seguir leyendo «Viaje a la Luna»

Aliette de Bodard sobre la supresión de la maternidad

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No suelo rebloguear, pero de vez en cuando siento la necesidad de hacer mi humilde contribución a la difusión de algún post que por diferentes motivos me emociona de forma especial. Este es uno de ellos. La magnífica escritora Aliette de Bodard realiza una necesaria y acertada, en mi modesta opinión, reivindicación del papel de las madres en la ficción, con la calidad literaria, de ritmo y de trama a la que nos tiene acostumbrados a sus seguidores. Y como no, una vez más debemos agradecer al magnífico e imprescindible blog  La nave invisible poder conocerla.

¡País! Homenaje a Forges

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http://www.pressdigital.es/texto-diario/mostrar/1013987/muere-forges-dibujante-mejor-retratado-historia-espana

El dibujante Forges falleció el pasado 22 de febrero. Desconozco cómo de conocido es allende los mares, entre nuestros compañeros de idioma y cultura, pero en la madre patria –a veces madrastra, como reza el poema de Blas de Otero y la magnífica canción cantada por Ana Belén– Forges es un personaje y una persona insustituibles. Concluía muchas de sus viñetas al grito de ¡País!, refiriéndose a la resistencia de la sociedad española a abrazar los cambios de nuestro tiempo.

Se ha ido Forges. Lo escribo y lo releo y me sigue pareciendo imposible, como si fuera otra de sus viñetas, como si entre Gila y él nos estuvieran gastando una última broma. Pero no. La realidad no muestra clemencia alguna ni siquiera con los más grandes y entrañables. Tendremos que hacernos a la idea. Forges nos ha dejado. Él ya cumplió su parte, más que de sobras, ahora nos toca a nosotros recoger el testigo, seguir adelante, por él y por nosotros. La lista de los que nunca olvidaremos comienza a ser ya demasiado larga y dolorosa, signo inequívoco de que nos hacemos mayores.

Creo poder afirmar que para los de mi generación, Forges nos ha acompañado toda la vida. Cumpliré cincuenta años en mayo y no recuerdo un momento en que no conociera las viñetas de Forges, su visión siempre certera sobre nuestra realidad, compasiva y crítica a partes iguales, y su optimismo a pesar de todas las razones para desesperar.

Me dedico a la medicina desde hace más de treinta años, y puedo afirmar que sus viñetas sobre el mundo sanitario eran atinadas  y reveladoras a un tiempo, como si fueran hechas por un compañero de tantas guardias. Nunca supe de donde procedía su conocimiento de la vida en los quirófanos y los hospitales, supongo que a través de algún amigo perteneciente a este mundillo que habito. Tampoco es que importe demasiado.

Forges se ha ido, y ahora por fin empiezo a hacerme a la idea. Las veces, más frecuentes a medida que uno se hace mayor –vaya palabrejo-  en que la vida nos parece injusta, absurda, deleznable y sin valor, me basta con recordar a Forges y a otros como él para reconfortarme en el pensamiento de que no estamos solos en este valle, de que vale la pena arrostrar la vida y su sin sentido solo por conocer a esas personas. No sé si en el más allá nos espera algo más que volver a ser materia de estrellas, pero al menos aquí abajo hemos conocido a Forges. Con tanta palabra me ha entrado hambre. Creo que me comeré un bocata –término que él acuñó– a su salud.

En memoria de Antonio Fraguas, siempre Forges.

Que la tierra le sea leve.

 

 

El sentido del mundo. Homenaje a Úrsula K Le Guin (3 min)

 

Hace treinta años leí La Comunidad del Anillo de JRR Tolkien y mi mundo cambió para siempre. Yo era un chico con una adolescencia tardía —a veces pienso que aún sigo en ella— y las dudas y angustias que nos tiranizan a esa edad. Me costaba hacer amigos. Las personas me resultaban a ratos fascinantes a ratos terribles, siempre ajenas. Mi situación familiar tampoco era fácil y la académica empezaba a perder el significado que había tenido hasta entonces para mí. En fin, que como por fortuna —y sin que yo hubiera tenido nada que ver en ello— mis necesidades inmediatas estaban cubiertas, pues me abandonaba a todo tipo de lamentaciones por mi situación triste y sin esperanza. La preocupación por el mundo y los demás puede hacer plena una vida e incluso una adolescencia, pero cuando tu cabeza es un batiburrillo caótico de añoranzas y anhelos contradictorios con ideas de autodestrucción incluidas, poco puedes aportar. Como se ve, no era precisamente una buena compañía.

Siempre me gustaron los libros y tenía predilección por la ficción, sobre todo la ciencia ficción y la fantasía. Sus antecesores, las mitologías, y en especial la mitología nórdica me acompañaban desde que aprendí a leer. Descubrir a la Tierra Media fue como presenciar  el estallido de una supernova a un palmo de distancia. Era tanto lo que me daba Tolkien que tardé en necesitar nada más. Luego empecé a buscar autores parecidos y deambulé de decepción en decepción.

Hasta que descubrí Un mago de Terramar. Sé que muchos consideran la Saga de Terramar como uno más de los sucedáneos que proliferaron como setas tras el éxito de El Señor de los Anillos, aunque a mí me pareció muy diferente desde la primera lectura. También algunos consideran las aventuras de Ged el Archimago como una obra menor en el corpus de Le Guin, y en especial frente a sus novelas y relatos de ciencia ficción; no comparto en absoluto esa opinión.

Después de Los libros de Terramar vinieron El nombre del mundo es bosque, La mano izquierda de la oscuridad —por favor, leedlo si no lo habéis hecho aún—, Los Desposeídos, Los mundos de Rocannon, y tantos otros. Úrsula K Le Guin amplió mi visión del mundo y lo dotó de sentido. Tolkien siempre tuvo un alto componente de escapismo, de huida de la realidad y conste que el viejo profesor era un ecologista convencido, pero me refiero a lo que significó para mí. En cambio, Le Guin fue todo lo contrario desde un principio. Sus textos conciliaban el misterio, la fantasía, la ciencia ficción, el amor por la naturaleza y la preocupación por las personas y la justicia social. Era posible cocinar un relato con esos ingredientes y que el resultado fuera sencillo y a la vez rico en matices: en una palabra, hermoso. Tolkien no era un optimista y se sintió un desterrado en nuestro mundo toda su vida. Ursula K Le Guin amaba intensamente todo lo humano y nuestra vida en la Tierra. Yo, al igual que muchos, somos mejores personas y poseemos mayor capacidad de ser felices gracias a haberla conocido.

Nunca la olvidaremos.

 

 

 

HOMENAJE A LEONARD COHEN

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El pasado siete de noviembre fallecía el gran bardo canadiense Leonard Cohen, a los ochenta años de edad. Entonces no quise escribir nada sobre él; el impacto estaba demasiado reciente, y el ruido en los medios de comunicación invitaban al sosiego y la meditación.

Ahora puedo por fin hacerle mi pequeño homenaje.

He sido un gran admirador de Leonard Cohen desde mi adolescencia. Su deceso, más allá de la pena por la muerte de un ser humano al que se admira y creemos conocer, nos conmociona porque, de forma inevitable, nos obliga a una reflexión sobre nuestra propia trayectoria vital.

Su figura, con esa mezcla de timidez —siempre fue celoso de su vida privada— y atrevimiento sin complejos a la hora de narrar los sentimientos del ser humano, con su poética inconfundible, nos ha acompañado a muchos a lo largo de nuestras vidas.

Le echaremos de menos como echamos de menos a los poetas, no como a alguien que nos surte de pan cada mañana, sino como alguien que nos hace tolerable la espera, alguien que nos recuerda que no somos tan buenos como nos creemos, y lo más importante, que tampoco somos tan culpables. Seres humanos al fin y al cabo en este festival de debilidades, miedos, dudas y caos que es la vida sobre la Tierra.

Desde que supe la noticia, he vuelto a escuchar muchas de sus canciones. No soy un gran amante del flamenco, y por eso me resulta especialmente sorprendente que prácticamente desde el principio, el trabajo de Enrique Morente “Omega” de 1996, haya sido el que más he escuchado. Morente y Cohen congeniaron enseguida, y de su conexión salió reforzado ese universo lorquiano que ambos admiraban. Fruto de esa relación es el disco “Omega”. En él hay muchos temas de calado, pero recomiendo en especial las versiones de  “Take this waltz”, “Aleluya” y “Manhattan (First we take Manhattan)”, por razones obvias.

Leonard Cohen, descanse en paz.