
Cabalgamos una montaña rusa llamada tecnología, creyendo tener el control, mas somos incapaces de variar el rumbo de nuestra vagoneta, condenada a seguir la vía o descarrilar. Ensoberbecidos, declaramos resuelto el problema que obsesiona a los filósofos desde los tiempos de Platón: qué es la realidad. Adictos a las sombras virtuales que hemos creado, no deseamos abandonar nuestra caverna. Por suerte, algunos rechazan la dictadura de lo establecido para recordarnos que el infierno no son los otros.
Era poco probable tropezarse con algún conocido. Lo verdaderamente importante era evitar las cámaras. La videovigilancia cubría la totalidad de la ciudad, de todas las ciudades. La propaganda oficial se ufanaba de garantizar la seguridad de los ciudadanos donde quiera que se hallasen. Carlos, como todo el mundo, así lo había creído hasta unas semanas atrás, cuando supo de la existencia de lugares fuera del ángulo de visión de las cámaras. Constituían la excepción, y se hallaban dispersos al azar, desconectados unos de otros. Pero algunos, muy pocos, estaban contiguos, y dispuestos de forma que era posible seguirlos y permanecer todo el tiempo fuera de la cobertura de las cámaras. Era lo que se conocía como rutas oscuras. A Carlos le latió el corazón con fuerza cuando se enteró, pero no creyó tener el valor para dar el paso.
Mientras atravesaba parques y plazas, atento a no salirse de la ruta, se repitió que hacía lo correcto; necesitaba escapar de la sensación de hastío en su vida. Todas las noches, al regresar al apartamento, sabía que no le aguardaba ningún apoyo, ni un mínimo de calor humano, ni siquiera un poco de conversación que paliaran el horror de un trabajo que detestaba. Se sentía desesperadamente solo. Y cada vez era peor. Hasta que conoció a Sara. Por fin alguien lo comprendía. Se enviaban mensajes y fotos a través de la red social pública siempre que tenían un momento libre, y pasaban conectados noches enteras. Carlos estaba seguro de que, si pudiera verla al entrar en la fábrica por la mañana, o cruzarse con ella en los pasillos, la vida recobraría su significado. Un simple buenos días le bastaría, pero ambos trabajaban en sectores opuestos de la ciudad y era imposible. Hasta que Sara le habló de las rutas oscuras que había descubierto en una red social clandestina. En la misma red explicaban dónde se hallaban las rutas, y las instrucciones para seguirlas. Alborozados e ilusionados como dos niños, planearon cuidadosamente el encuentro.
Ya casi había llegado al lugar de reunión, y su nerviosismo aumentaba cada vez más. No paraba de preguntarse si, llegado el momento, sería capaz de dar el último paso. Intercambiar mensajes y sugerir comportamientos que rayaban con el límite de la moralidad e incluso de la legalidad era una cosa, y otra muy diferente llevarlos a la práctica.
Se detuvo con un escalofrío. Inmerso en sus pensamientos, a punto había estado de salirse de la ruta y entrar en el campo de visión de una de las cámaras. Por suerte solo unos metros más allá Sara lo saludaba en aquel preciso instante, desde la seguridad del punto ciego. Había llegado el momento de la verdad. Los dispositivos móviles de última generación, las pantallas de alta definición, la conexión de alta velocidad, nada de eso lo había preparado para lo que sintió al contemplarla cara a cara. Detenido ante ella, mirando sus ojos de miel y sus labios temblorosos, no tuvo más dudas. ¿Acaso la sociedad, o el mismo estado, tenían derecho a negarles la felicidad? Podían estigmatizarlos, perseguirlos e incluso encarcelarlos, pero nada impediría que hicieran lo que habían venido a hacer. Después, regresar a su apartamento vacío sería tolerable. Muy despacio, como si aproximara la mano a la llama de una vela que pudiera a la vez quemarlo y liberarlo de la oscuridad de su vida, Carlos acarició la mejilla arrebolada de Sara, y en ese preciso instante sintió que un río de luciérnagas de colores inundaba sus venas.
Así, con una caricia, traspasaron la línea y se hicieron reos de las penas de cárcel e incluso la muerte, en un estado que había prohibido el contacto físico entre personas desde hacía treinta años.
Fin de
Rutas oscuras
El archiconocido mito de la caverna de Platón es una alegoría sobre nuestra dificultad para alcanzar el conocimiento. El filósofo describe a una humanidad encadenada en una cueva, de espaldas a la luz de la entrada, condenada a conocer del mundo exterior nada más que las sombras que los objetos proyectan en la pared de la caverna. El escritor HG Wells realiza su particular e interesante recreación del mito en el relato El pais de los ciegos. Un relato para el que el escritor, pesimista irredento al final de su vida, creó dos finales diferentes.
No sé, tal vez también yo comparta su visión del futuro próximo.
A veces.
La libertad y el amor, los bienes más preciados.
Me encantó tu relato.
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Totalmente de acuerdo, Óscar. Muchas gracias por tus palabras y por comentar.
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