Tren al Río de la Luz III (conclusión)

bridgechatriver

Esta es la continuación de Tren al Río de la Luz II. En ella alcanza su conclusión  el relato de las aventuras de Josh y Jesse.

Aquella primera noche Jesse durmió a trompicones, a pesar de querer descansar para abandonar el tren al día siguiente. A veces, cuando despertaba bañado en sudor, veía a Josh con los ojos bien abiertos, como si velara. En otras ocasiones, le parecía oír pasos en el techo, murmullos e incluso risas apresuradas. Al amanecer, el Emperador se acurrucó en un rincón y empezó a roncar. Jesse pensó que ya lo despertaría para despedirse, pero ese día el tren no se detuvo. Ni siquiera disminuyó la velocidad.

Al anochecer, la trampilla del techo se abrió y descendió una mujer. Su cuerpo desbordaba sensualidad a cada paso, y la seguridad de quien, dejada atrás la adolescencia, se sabe bella y deseada. Una cabellera azabache orlaba el rostro más pálido que Jesse había visto nunca, y el más arrebatador.

—Así que tú eres el yanki grandullón del que todos hablan. Me pareces adorable.

Desde el instante en que Jesse se asomó a aquellos ojos negros como noche sin luna y sin estrellas, a aquellos labios del color de la sangre, su suerte estuvo echada. Fue como si entrara en trance, aunque a él, lo sé bien, le pareció que era ahora cuando despertaba de una existencia insulsa, rebosante de hastío, un puro desatino del que Ligeia venía a rescatarlo.

Esa noche y las noches que siguieron, Jesse se fue con ella; nada pudo hacer el Emperador para impedirlo. De la mano de la mujer, recorrió el tren, conoció a los demás pasajeros, y abandonó toda idea de huida. En una ocasión, pidió bajar a un vagón del que salían suspiros y llantos, pero ella se negó. Le explicó que aquellas personas eran solo parte del equipaje, aunque una parte importante. El viaje era largo y una vez llegados al Río de la Luz también necesitarían de ellas.

—Pero tú no debes preocuparte, tesoro. Elijah me ha prometido que te concederá el don.

Nada de eso le importó a Jesse, vacío de toda voluntad que no fuera la de Ligeia. Tal vez por eso el tren disminuyó la velocidad, e incluso se detuvo a repostar en estaciones solitarias donde nadie parecía reparar en su presencia.

El Emperador exigió ver a Elijah, sin ningún resultado. Una mañana, tras su paseo nocturno, Jesse le dijo que a partir de la noche siguiente ya no regresaría al vagón. Josh no se inmutó.

—Es tu decisión, y la acepto. Pero yo también he tomado la mía. Me equivoqué al subir al tren. Me bajo aquí, compañero.

Despacio, como si cada paso le costara un gran esfuerzo, se aproximó a la puerta entreabierta del vagón. En el exterior, el sol ascendía en el cielo sin nubes. Jesse se acercó al anciano y le pasó el brazo por los hombros.

—Te echaré de menos, viejo gruñón. Gracias por todo lo que me enseñaste.

El tren atravesaba ahora un puente metálico que cruzaba por encima de un río.

—Soy yo el que te da las gracias, maldito grandullón de la gran manzana. He aprendido mucho de ti. Ahora debemos despedirnos. Acuérdate de mí, e intenta perdonarme.

De repente, el tren aceleró, pero el Emperador fue más rápido. Con un movimiento de increíble agilidad, sorprendió a Jesse y lo empujó al vacío.

Alcancé la orilla del lago empapado, magullado solo en mi amor propio, pero poseído por una rabia demente. Me había dejado sorprender como un novato, y el hecho de que hubiera sido a manos del Emperador no apaciguaba mi enojo. Durante las siguientes semanas intenté desesperadamente alcanzar al tren. No lograba quitarme a Ligeia de la cabeza; sentía que me llamaba. Todo fue inútil. Nadie recordaba haber visto el tren, ni siquiera en aquellos lugares que por fuerza debían haber atravesado Elijah y los suyos. Tampoco nadie supo decirme algo sobre el Río de la Luz.

Lo que sigue es fácil de imaginar. En noches de embriaguez, juré que me lanzaría a explorar el Gran Norte de Alaska y Canadá; pero ¿a quién quería engañar? Ya nunca volvería a ser el chico inocente y romántico de antes de la Gran Depresión. Agotado, consumido, me desperté un día en un tugurio de Nueva Orleans y a pesar de la resaca, me convencí de que todo había sido un sueño, un delirio; que nada de aquello había sucedido, que Elijah du Desmodus, Ligeia y el mismísimo Emperador eran solo creaciones de mi mente enferma tras la muerte de mis padres. Si elegía seguir viviendo, debía dejarlos marchar. Y así lo hice.

Tras un tiempo como trabajador itinerante, entré de aprendiz de carpintero en un pueblecito de Montana. Allí conocí a una buena mujer, fundamos una familia y fuimos felices. Nunca le hablé del Emperador, y ella nunca me atosigó con preguntas sobre mi pasado, ni siquiera cuando llegaba el otoño y la melancolía hacía presa en mí.

He vivido una larga vida. Enviudé en primavera, y mi hija insiste en que viva con ella, pero yo le doy largas. Ahora que soy un anciano, me sorprendo muchas veces recordando el tiempo que pasé de saltatrenes. Creía haberlo olvidado todo, pero a medida que se amontonan las hojas de los árboles en el jardín, los recuerdos se vuelven más nítidos, incluso los más disparatados.

No he hallado referencia alguna a un lugar que se llame Río de la Luz ni tampoco Felicity. No importa. La voz que susurra en mi cabeza es real. Me llama, quiere volver a verme y yo también deseo ver a Ligeia antes de morir. Pero no voy a ir. El tiempo no puede dar marcha atrás, ni siquiera Elijah puede hacerlo.

Desde hace unos días escucho otra voz. Me dice que esté preparado, que viene a por mí.

—No puedo, soy demasiado viejo —le grito a la tarde que se apaga al otro lado de la ventana abierta—. Es culpa tuya. No debiste empujarme.

«Volvería a hacerlo. Has gozado la vida plena que yo nunca tuve. Ahora, prepárate. ¿No lo oyes?».

—No puedo, Emperador —sollozo—. He olvidado cómo se hace.

«Tonterías, grandullón. Es como montar en bicicleta. Solo tienes que correr cuando yo te diga».

«¡Ahora!».

 

Fin de

Tren al Río de la Luz

 

Esta es la canción que inspiró el relato.

Y aquí os dejo la canción que la equilibra, como muestra de mi espíritu deportivo. No todos eligen viajar en tren si pueden hacerlo por autopista.

 

 

2 comentarios en “Tren al Río de la Luz III (conclusión)

  1. Ja, ja. Muchas gracias por comentar. Acabo de descubrir tu comentario al revisar la web de WP. Después de leer lo de «tus» problemas con los avisos de WP, pensé qué raro… pero como de habitual soy confiado con las personas que admiro y aprecio, pues lo he comprobado. Joderrr –perdón—, resulta que tengo unos cuantos comentarios pendientes de aprobar d los que no me había avisado WP ni en la app ni en el email. ¿Dices que les enviaste una nota a los de WP? Pues veré como hacerlo yo también. Un saludo y otro para el percebe.

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