Lo que sigue es un microrrelato sobre los peligros de los avances de la tecnología, incluso de aquellos más inocentes. Pero también sobre como nuestras expectativas ante la realidad pueden verse desbordadas, y sobre la importancia de no hacer promesas en vano y… la fugacidad de la moda.
«Prométeme que será la última vez». Le prometo que sí, como siempre. Es lo que ella quiere oír. Será una capital de provincia, pero hay mucho dinero. Inauguran un hotel que, dicen, durará cien años, con el primer ascensor eléctrico de España. Ni en Madrid lo tienen. Fue fácil convencer a los potentados de la ciudad, orgullosos pavos reales. Una sesión de espiritismo que ni en el mismísimo Londres, con la médium de moda, Lady Westminster. Cómo borda su papel mi Eleuteria, con su acento inglés y su hablar pausado. Los ha hechizado a todos en Madrid. La urjo a que vaya a la suite. Desde la habitación contigua me encargaré del espectáculo habitual: sillas y jarrones volando, y de regalo algunos juegos de luces para estos pueblerinos.
Van a probar el ascensor. Impresionan esas bobinas enormes en la planta baja. Advirtieron que puede haber chispas y halos eléctricos. No debemos asustarnos, todo está seguro. Deprisa, en la suite ya habrá empezado la sesión. Alguien grita en la planta baja: « ¡Encendemos!». El chisporroteo me ciega. Huele a ozono. Abro los ojos. El pasillo tiembla, y no recuerdo esos cuadros. Es igual, debo apresurarme. Salen huéspedes de las habitaciones. ¿Cómo es posible? El hotel aún está cerrado. Qué raro visten, como disfrazados. Ese hombre sin pantalones, con esos calzoncillos con flores. ¡Dios mío! Una mujer medio desnuda, mirando ese espejito de mano, del que sale luz y… ¡imágenes! Se acerca un hombre con bastón blanco y gafas negras, oiga ¿no ve que…? ¡Me ha atravesado! Se gira, como buscándome. Un niño de la mano de su padre, lleva un espejo más grande y dentro… ¡se ve el cine! « ¿Dónde es la fiesta de disfraces? —me dicen unas jóvenes casi sin ropa al pasar por mi lado—. Si pareces Sherlock Holmes».
Me falta el aire. Tengo que salir de aquí.
«¡Apagamos!» gritan en la planta baja. Las visiones desaparecen. El pasillo está desierto. Es demasiado tarde. La sesión ha fracasado y nos habrán descubierto. Por mi ataque de locura, por mis visiones. Nos espera la cárcel. No puedo abandonar a mi palomita. Entro en la suite. Están todos levantados, con el rostro demudado. El alcalde felicita a Lady Westminster. La señora de Pi se abraza llorando a ella. El médico me estrecha la mano y me dice: «Les creía unos farsantes, pero me han demostrado que estaba equivocado». Mi palomita me dice temblando: «¿has hecho tú todo ésto?». Niego con la cabeza. Han visto lo mismo que yo. No eran visiones. Me abraza, llorando. La cubro de besos.
He tomado una decisión. Me oigo decir con sinceridad: «Cariño, te prometo que ésta ha sido la última vez».