Winter Wonderland[1]
Desde que Charles Dickens escribiera A Christmas Carol, la imagen de la Navidad septentrional ha conquistado el mundo. Paseos en trineo a través de paisajes invernales de maravilla, ponche caliente para combatir el frío y villancicos. Sobre todo villancicos. Y si el cantante es Bing Crosby, mejor que mejor. ¿Quién no pagaría una montaña de diamantes a cambio de rodearse de semejantes Navidades? A no ser que seas un elfo y te toque trabajar, claro.
El comandante del jet presidencial anunció que en Santa Town[2] hacía un típico día invernal, nublado y con temperatura de cuatro grados, aunque no se esperaban nuevas nevadas. Parson, que empezaba a salir del efecto de los sedantes, pensó que el piloto se hacía el gracioso.
El joven ingeniero jefe de la compañía Winter Wonderland, a sus treinta años de edad, acumulaba muchas horas de vuelo y había conocido a todo tipo de tripulaciones bromistas, como aquella vez que soltaron a un bebé elefante, pintado de rosa para más inri, por los pasillos. Esa clase de cosas le impedía superar el pánico a volar. Su terapeuta le insistía que medicarse podía tener efectos perjudiciales a largo plazo. Tal vez más adelante, cuando tuviera menos trabajo, retomaría las sesiones. De todos modos, cuando la aeronave rodó por la pista agitándose como una lavadora, y el comandante lo atribuyó a los fuertes vientos invernales, pensó que aquello era demasiado. En cambio, el director ejecutivo de la compañía continuó durmiendo a su lado sin inmutarse.
El pequeño país de Nueva Navidad[3], famoso por sus fabulosas minas de diamantes, aún carecía de un aeropuerto para aviones de gran tonelaje, así que la reducida delegación comercial había volado hasta Nairobi, en la vecina Kenia, y desde allí el jet presidencial la había trasladado a Santa Town. Parson contempló a través de la ventanilla el rutilante cielo azul de África, y la sabana en la que no se movía ni una brizna de hierba. Unos operarios enfundados en gruesos monos de trabajo agitaban palas vacías desde el suelo a la parte trasera de camionetas. Un grupo de soldados rodeaba a la reducida orquesta y a la inevitable niña con el ramo de flores. El comité de bienvenida se mantenía a pie firme bajo aquel sol de justicia. Parson no entendía cómo soportaban los abrigos y gorros de piel. La puerta del jet presidencial se abrió, la orquesta empezó a tocar y la niña a cantar.
“Sleigh bells ring, are you listening
In the lane, snow is glistening
A beautiful sight
We’re happy tonight
Walking in a winter wonderland”[4]
No consiguieron despertar a Jeremy Smith, el director ejecutivo, aunque respiraba y tenía pulso. Los minutos pasaron y la orquesta y la niña enmudecieron. El auxiliar de vuelo, nervioso, repetía que no podían hacer esperar al chófer del presidente. Una ambulancia se llevó al hospital a Jeremy. El ingeniero jefe intentó acompañarlo, pero los soldados se lo impidieron. El calor asfixiante dificultaba la respiración y lo sumía todo en una atmósfera de pesadilla. Un soldado desenfundó la pistola y caminó a paso vivo en dirección a un operario que se acababa de desmayar. Mientras arrastraban a Parson hacia el automóvil presidencial, oyó a sus espaldas voces que gritaban en un idioma desconocido. Una era airada. La otra parecía de súplica, y se transformaba en llanto, hasta que el horror de una detonación la acalló.
La temperatura en el interior del Rolls Royce era más llevadera, pero el ingeniero jefe seguía teniendo un calor espantoso. En el coche solo estaban el chófer y él. A su lado había una abrigo de piel.
—Póngaselo —dijo el hombre al volante—. Conviene que vaya acostumbrándose.
Parson no le hizo caso. No conseguía quitarse de encima la sensación de confusión que lo acompañaba desde que despertara en el avión, justo antes de aterrizar. De repente se acordó de Jeremy y le preguntó al chófer.
—No debe preocuparse, su amigo estará bien atendido en el hospital. Debe tratarse de una indisposición pasajera provocada por el frío —dijo con una mueca—, es frecuente entre los extranjeros. Cuando se haya recuperado se reunirá con usted.
—Y ese operario, ¿qué le ha sucedido?
—No debe preocuparse. Era solo un ngonwe que olvidó sus obligaciones.
Parson no conocía el significado de la palabra, pero decidió que era mejor no seguir indagando, y se puso el abrigo. No sabía casi nada del país de Nueva Navidad. Él venía a ocuparse del emplazamiento de las fábricas, el abastecimiento de agua y otros detalles técnicos. Jeremy, el director ejecutivo de la compañía, había visitado en varias ocasiones el pequeño estado africano. Incluso se decía que gozaba del favor del temible presidente Ngongo. Se suponía que debía ponerle al día, pero al poco de despegar de Nairobi cayó dormido como una piedra. Así que de momento estaba solo.
—¿Sería tan amable de hacer que me enviaran el equipaje al hotel? Todo ha sucedido tan deprisa que me he dejado el teléfono en el avión.
—No debe preocuparse. Se alojará en el palacio presidencial y allí encontrará todo lo necesario.
El Rolls Royce avanzaba por una triste carretera llena de socavones, flanqueada por gigantescos carteles en los que se veía al presidente Ngongo de treinta años de edad, inconfundible con su barba y cabellos teñidos de rubio platino, al lado del no menos inconfundible Bing Crosby, ambos con gorros navideños.
—Eso es imposible, el gran Crosby falleció hace más de cuarenta años —dijo el jefe de ingenieros sin darse cuenta.
—El cartel solo señala el gran parecido entre ellos dos, y la coincidencia de haber nacido en el mismo día. De todos modos, no debe decir esas cosas —advirtió el chófer—. Especialmente delante del presidente Ngongo. De hecho, le aconsejo que no hable de nada hasta que él le pregunte, e incluso entonces debe ser muy cuidadoso.
Parson examinaba el rostro lechoso del crooner[5] y el de ébano del presidente sin dar crédito a lo que acababa de oír. Nunca imaginó que echaría tanto de menos al viejo Jeremy. Atravesaron los suburbios de Santa Town, un amasijo de chabolas sepultadas en basura. De cuando en cuando un reducido grupo de nativos, cubiertos de pies a cabeza por pieles de oveja, cartones y toda clase de plásticos, vitoreaba al automóvil presidencial, vigilados de cerca por numerosos soldados.
—¿No es maravilloso que unos desgraciados ngonwe arrostren el temporal de nieve para homenajearlo? Lo hacen porque saben lo importante que es usted para nuestro presidente.
El presidente Ngongo en persona salió a recibirlo a las puertas del palacio de Yule[6], réplica del de Buckingham. Era de talla descomunal a lo alto y a lo ancho. Vestía una camiseta roja de tirantes y unas bermudas del mismo color. Llevaba una pistola de oro y diamantes al cinto. Cuando vio al ingeniero jefe sudando de aquella manera, al borde del desmayo, estalló en cólera. Apoyó el cañón del arma en la cabeza del chófer mientras lo cubría de improperios, y Parson no tuvo ninguna duda de que iba a matarlo. Al final, solo lo echó a patadas.
—Le pido perdón por las molestias que le ha ocasionado mi subalterno, señor Brown —le dijo en perfecto inglés—. El muy estúpido no entiende que los que somos como usted y yo, tenemos una resistencia innata al frío, y no necesitamos abrigarnos.
El ingeniero revivió al despojarse del pesado abrigo de piel. Tal vez el calor asfixiante le había hecho extraer conclusiones precipitadas. Ngongo le pareció tan razonable, que le preguntó por el significado de la palabra ngonwe.
—No debes preocuparte por eso, puedo tutearte, ¿verdad, Parson? Ngonwe significa pequeño hombrecillo verde. Es como llamamos a los elfos[7].
El presidente condujo al ingeniero jefe, que volvía a sentirse confuso, a través de salones sin fin, hasta una terraza desde la que se veía la ciudad de Santa Town.
—Quisiera saber cuánto tardarás en acabar el proyecto —dijo Ngongo con una sonrisa de oreja a oreja .
—Jeremy Smith no me ha dado todavía los detalles, pero aunque el terreno tuviera el tamaño de dos campos de fútbol, en cuanto los cañones de nieve estén a pleno rendimiento, no más de seis meses.
El presidente se dobló de la risa, y lo mismo hicieron la pequeña orquesta y los soldados que se habían desplegado alrededor.
—Eso ha sido muy bueno, Parson —dijo Ngongo entre lágrimas—, pero que muy bueno. Ahora, en serio, ¿cuánto tardarás en transformar Nueva Navidad en una auténtica Winter Wonderland?
A pesar de los más de cincuenta grados, William Parson Brown empezó a sentir un frío de muerte. No era posible, aquel megalómano no podía estar refiriéndose a cubrir de nieve todo el maldito país. Ngongo dio una palmada y la orquesta empezó a tocar.
“In the meadow we can build a snowman
Then pretend that he is Parson Brown[8]
He’ll say, Are you married?
We’ll say, No man
But you can do the job
When you’re in town”[9]
—Podría haber contratado a cualquier empresa —dijo Ngongo, que ya no reía—, pero cuando leí que eras el ingeniero jefe, supe que era una señal. No vas a defraudarme, ¿verdad, Parson Brown[10]?
Desde que iba al colegio nadie había vuelto a señalar la coincidencia de su nombre con la estrofa del villancico.
—Eso es imposible —balbuceó Parson, empezando a tiritar.
Ngongo mando callar a la orquesta con gesto imperioso, y desenfundó su pistola.
— No te he oído bien —dijo introduciendo el cañón del arma en la boca del ingeniero—. ¿Cuándo dices que podré estrenar mi trineo?
Parson intentaba hablar, pero el cañón le provocaba arcadas. El presidente, rojo de ira, empezó a zarandearlo sin dejar de repetir la pregunta. Finalmente, logró sacarse la pistola de la boca y gritó con todas sus fuerzas.
—¡Déjame en paz, maldito loco!
—Solo pretendía que no te perdieras la vista del Kilimanjaro —dijo una voz conocida.
Jeremy Smith estaba sentado a su lado, y por la ventanilla del avión se veía la silueta inconfundible de la cumbre de nieves eternas.
—Te has dormido nada más despegar de Nairobi, no has necesitado tus sedantes —dijo Jeremy, señalando el vaso que el ingeniero tenía delante—. Tal vez me vengan bien a mí, aunque el somnífero más flojo me hace entrar en coma.
Hizo ademán de agarrar el vaso, pero Parson gritó y lo lanzó al suelo. El director ejecutivo lo miró sobresaltado.
—Lo siento —dijo improvisando una disculpa—. He tenido una pesadilla y aún no me he despertado del todo. Dime una cosa, Jeremy, todo eso que cuentan del presidente Ngongo, ¿es verdad?
—Son exageraciones. Además, lo que nos paga en diamantes bien merece que le perdonemos alguna excentricidad.
Parson respiró aliviado. Empezaba a dormirse de nuevo cuando la voz del comandante sonó por la megafonía.
—Aterrizaremos en treinta minutos. En Santa Town hace un típico día invernal, nublado y con temperatura de cuatro grados. No se esperan nuevas nevadas, y los operarios mantienen libres de nieve las pistas.
—Cuando yo era joven, a un piloto nunca se le habría ocurrido hacer una broma tan inverosímil —dijo Jeremy sacudiendo la cabeza.
Parson, aterrorizado, apretó con fuerza los reposabrazos del asiento.
Fin de
Winter Wonderland
[1] Winter Wonderland: famoso villancico estadounidense, podría traducirse como El pais de las maravillas del invierno. Bing Crosby lo hizo célebre.
[2] Santa Town: capital del país africano imaginario Nueva Navidad.
[3] Nueva Navidad: pais imaginario en el este de África, supuestamente vecino de Kenia.
[4] Sleigh bells (…): estrofa del villancico Winter Wonderland. Esta es una traducción aproximada: Oyes las campanillas del trineo/ en el callejón cae la nieve/ Una hermosa vista/ Esta noche somos felices/ Caminando por el pais de las maravillas del invierno.
[5] Crooner: La denominación crooner se aplica a cantantes masculinos estadounidenses que interpretaban repertorio melódico. Los dos más famosos fueron Bing Crosby y Frank Sinatra.
[6] Yule: nombre que dan a la Navidad en los países nórdicos.
[7] Elfos: referencia a los elfos que ayudan a Papá Noel en el Polo Norte.
[8] Parson Brown: Personaje ficticio del villancico. Parson era como llamaban en los EEUU a los párrocos protestantes que viajaban de una población a otra para oficiar bodas hasta principios del siglo XX. Se le añadió el apellido Brown en el villancico para darle más verosimilitud. En una versión posterior, se cambió el nombre Parson Brown, que nada les decía a los niños de los años sesenta, por una referencia a un payaso de circo.
[9] In the meadow (…): En la pradera podemos construir un muñeco de nieve/ Y jugar a que se llama Parson Brown/ Él nos preguntará, ¿estáis casados?/ Nosotros diremos, no hombre/ Pero puedes casarnos cuando vengas a la ciudad.
[10] Parson Brown: el dictador adora la Navidad, a Bing Crosby y el villancico Winter Wonderland en el que sale el personaje ficticio Parson Brown. el ingeniero se llama William Parson, y se apellida Brown. Cuando Ngongo buscaba una empresa para su proyecto y vio el nombre del ingeniero, no pudo resistirse.