Quinta entrega de las Crónicas del Grinch. El millonario Charles W. Hillock está aburrido de ganar dinero y quiere probar a ser presidente de los Estados Unidos de América. La casta política no se lo está poniendo fácil. Para conseguir su objetivo, ultima un plan perfecto, o casi.
Charles W. Hillock siempre supo que escalaría grandes cimas. Se vanagloriaba de ser un genuino americano y de haber levantado un imperio con sus propias manos. Por eso ocultaba que su abuelo materno había desembarcado en Nueva York procedente de Bohemia, más pobre que una rata, a principios del siglo XX. El abuelo Jaroslav murió en la miseria, pero casó a su hija con un joven empresario. Según algunos, era ella la artífice de la fortuna del clan Hillock. De cualquier modo, le hastiaba acumular dinero; ansiaba el verdadero poder y decidió presentarse a la presidencia de los Estados Unidos de América. La clase política no lo tomó en serio y los medios de comunicación lo ridiculizaron, pero su mensaje de recuperación de las esencias americanas caló en el electorado. Charles W. Hillock llegó a la recta final de campaña con opciones de victoria.
Preparó con todo detalle el golpe de efecto definitivo para nochebuena, pero no contaba con aquel atasco. Impaciente, el millonario ordenó al chófer atajar a través del parque. El chófer se negó, pero obedeció ante la amenaza de despido. A la altura del estanque se cruzó un niño en bicicleta, el chófer dio un volantazo y el coche cayó boca arriba en el agua. Cubría pocos centímetros, pero suficientes para mantener sumergidas las cabezas de los ocupantes que estaban inconscientes.
Charles W. Hillock despertó tosiendo. Se hallaba sobre la hierba, rodeado de sanitarios y policías. El chófer se había ahogado. Las unidades de televisión empezaban a llegar. Allí mismo improvisó una rueda de prensa. Explicó que el chófer se había lanzado a través del parque a gran velocidad como enloquecido. El millonario tuvo que luchar contra él para salvar al niño. Ahora debían disculparlo, tenía un acto electoral al que acudir.
En el escenario Hillock dijo haber hecho lo que cualquier americano auténtico, noble y valeroso habría hecho en su lugar ante un niño en peligro. Le aplaudieron a rabiar. En un receso su asistente le dijo que todo estaba preparado: había encontrado a la persona idónea. Al finalizar el acto el candidato se mezcló con el público. Se acercó a un anciano con expresión desorientada. El abrigo se le caía a trozos y los dedos asomaban por las punteras rotas de las botas.
—Buen hombre, ¿puedo ayudarlo?
No quedaba casi nadie, salvo los periodistas y la televisión.
—No sé qué hago aquí —dijo con acento extranjero y Hillock dio un respingo; no era lo planeado. Luego tendría unas palabras con su asistente.
El anciano dijo llamarse Jarek (2) y quería volver a casa.
—¿Recuerda cómo ir?
Jarek dijo que sí, que era cerca pero estaba muy lejos. El candidato sonrió condescendiente ante las cámaras y se ofreció a acompañarlo.
La nieve se extendía alrededor y en lo alto refulgían las estrellas como perlas sobre terciopelo negro. El anciano parecía no tener frío, pero el millonario se desprendió del abrigo y se lo colocó sobre los hombros. La comitiva avanzó por calles desiertas en dirección al parque envuelta en el opresivo silencio.
Charles W. Hillock se giró ¹¹¹¹¹¹y no vio a nadie. El viento ululaba pero el anciano proseguía infatigable. De repente se detuvo. Desde un trono en medio de la hierba un gigante lo contemplaba con severidad. Lucía barba larga y una corona. Jarek miró al candidato como si lo reconociera e intentó aproximarse pero el rey lo despidió con gesto despectivo.
—Llevamos mucho tiempo siguiéndote, mi pequeño Karliček (3).
El millonario sintió un escalofrío. Solo su madre lo había llamado así.
—Nos satisfacen tus logros —prosiguió el rey— pero has olvidado que desciendes de los mismos emigrantes a los que denigras. Tu abuelo Jaroslav murió en la miseria, explotado y despreciado por la América de las grandes oportunidades que tanto alabas. ¿Recuerdas a Raina, tu madre?
Cómo olvidarla. Le contaba cuentos para dormir, y al despertarse en la madrugada la descubría revisando la contabilidad del negocio que llevaba oficialmente su padre.
—La trataron como a una apestada por ser mujer, pobre y extranjera ¿Acaso crees que cambiando tu nombre auténtico, Karel Václav, por Charles Wenceslas vas a conseguir que te acepten? Nunca lo harán.
Ahora lo veía claro. El rey era su particular fantasma de las navidades. El magnate se arrodilló y empezó a llorar.
—Señor espectro, concédeme otra oportunidad. Estaba muy equivocado. He cambiado y quiero ser el presidente de todos los americanos, sin importar su origen.
El rey se puso en pie y habló con voz de trueno:
—No mereces llevar mi nombre. No has entendido nada en absoluto.
Karliček se cubrió la cabeza con las manos y mientras todo a su alrededor se desintegraba, no dejaba de suplicar: «Quiero entenderlo, por mi abuelo, por mi madre, necesito entenderlo».
—¿Qué es lo que necesita entender? —dijo alguien muy cerca.
El candidato abrió los ojos frente al palacio de congresos. El chófer mantenía abierta la puerta del coche. Lo del anciano Jarek, lo del rey, ¿no había sido real? De camino al escenario, todavía aturdido, recapituló los detalles de su fantasía invernal. Su asistente le dijo que todo estaba preparado: había encontrado a la persona idónea.
—Anúlelo. Páguele el doble y que se vaya —dijo Hillock con un brillo nuevo en la mirada. Recordaba el sueño y ahora por fin lo entendía.
Le contó al público la historia de un humilde checo que llegó procedente de Praga, trabajó duro y formó una familia. Personas así habían hecho grande a América. Pero hoy en día algunos decían que aquel hombre no había sido un auténtico americano. Aquel hombre era su abuelo. Luego les habló de una mujer extraordinaria, Raina. Fue la verdadera responsable de la construcción de un famoso imperio económico, pero su valía nunca fue reconocida. Aquella mujer había sido su madre.
—Yo os digo que Jaroslav y Raina, y millones como ellos, representan los valores de libertad, justicia y solidaridad que han hecho grande a América. Ha llegado el momento de acabar con las discriminaciones de cualquier tipo, de que una mujer sea tratada igual que un hombre y de recibir a todas las gentes del mundo como a hermanos y hermanas.
Charles W. Hillock abandonó el escenario. Los miles de asistentes guardaron silencio desconcertados. Voces aisladas protestaron. Luego empezaron los aplausos. El público ovacionó al candidato e incluso a los periodistas se les humedecieron los ojos. Las cadenas de noticias y las redes sociales celebraron el cambio de programa. Una encuesta le dio quince puntos de ventaja sobre su competidor.
Karel Václav Hillock sonreía entre bastidores. Sus votantes lo seguirían ciegamente y con aquellas palabras se había ganado a muchos que nunca lo habrían votado. Ganaría las elecciones, sería investido presidente y cuando obrara en su poder el maletín con el botón nuclear, América conocería su venganza por el sufrimiento infligido a millones.
Al fondo de la sala le pareció que un hombre gigantesco sonreía malignamente y aplaudía más que nadie.
Fin de
Good King Wenceslas
Notas:
(1) Good King Wenceslas: villancico inglés sobre la leyenda que atribuye a San Venceslao I, rey de Bohemia en el siglo X, haber ayudado a un campesino en Navidad.
(2) Jarek: diminutivo de Jaroslav.
(3) Karliček: diminutivo de Karel, Carlos en checo.