Un sabio quería averiguar qué cosa extraña era el amor, pues le habían encargado su definición para una enciclopedia. A tal fin se despidió del ama de llaves, abandonó su biblioteca y recorrió el mundo. Siempre que le preguntaban contestaba con sinceridad: «Busco el amor», lo cual provocaba carcajadas porque el sabio no era muy agraciado. Por más que lo intentó, no halló un ejemplo de verdadero amor. Si llegaba a sus oídos que una pareja joven se amaba, acudía raudo a examinarlos de cerca, lo cual le ocasionó no pocos contratiempos. Pero tras una evaluación minuciosa, siempre dictaminaba que allí entraban en juego las hormonas, el deseo y la lujuria, y nada más. Donde todos veían el amor de unos padres por sus hijos, el sabio, tras profundo análisis, sólo veía el impulso de la vida por perpetuarse y un patético intento por asegurarse cuidados en la vejez. Cuando observaba a una pareja de ancianos que llevaban mucho tiempo juntos, el sabio sólo veía los lazos de la rutina, el cansancio de una larga vida y la incapacidad para buscarse otro compañero. Hastiado tras incontables años de búsqueda infructuosa, regresó derrotado a su biblioteca. El ama de llaves, envejecida al igual que él, se alegró mucho de verlo y le dijo que temía que le hubiera ocurrido una desgracia. El sabio, malinterpretando su interés, profirió palabras terribles, vomitando sobre ella toda la amargura por su fracaso: «No tenías que preocuparte de nada, a mi partida dejé resuelta tu manuntención y tu alojamiento en esta casa». La mujer, conteniendo las lágrimas, le llamó viejo estúpido, y le dijo que no reconocería el amor aunque lo tuviera delante de sus narices. Luego recogió sus cosas y se marchó, dejando al sabio sumido en profundas cavilaciones. De lo que ocurrió a continuación no se sabe mucho, aunque es conocido que el sabio no volvió a trabajar para ninguna enciclopedia, si es que eso puede darnos alguna pista.
FIN