Santa Claus is coming to town. Parte I

Santa Claus is coming to town. Parte I

Santa Claus viene a la ciudad 1

Con este relato hago una excepción. Se extendió más allá de mi control, obligándome a desarrollarlo y alargarlo. Pensé en no publicarlo aquí, pero varios amigos me han insistido tanto –Dios bendiga a los amigos incondicionales– que finalmente he decidido dividirla en tres partes. Os pido disculpas a todos por ello. La historia tiene un inicio enternecedor: un reencuentro familiar el día de Nochebuena. Pero las cosas resultan algo más complicadas. De hecho, cualquier otro en su lugar habría pensado que todo era un sueño truculento. Frank tiene muchas preguntas por hacer, aunque tal vez las respuestas tengan que esperar, quién sabe si para siempre. 

Frank aparentó dormir todo el viaje en coche desde el aeropuerto Eisenhower de Wichita. A escondidas, espiaba por la ventanilla buscando ver los famosos campos de trigo de invierno de Kansas, el granero de América. Hasta en eso tenía mala suerte: todo estaba cubierto de nieve. Odiaba la nieve. Sus padres fallecieron en un accidente cuando regresaban de esquiar, siendo él un niño. A sus catorce años, y después de pasar por cuatro hogares de acogida, resultaba que tenía familia.

El coche se detuvo por fin ante una alambrada electrificada. La asistente social tuvo que insistir para que abrieran la puerta automática. Continuaron hasta la vivienda con rejas en las ventanas. Un anciano salió a recibirlos.

—Señora Thompson, ya le dije que hoy no es un buen día. Llámeme después de las fiestas.

—¿Que no es un buen día? —dijo ella con indignación—. No se me ocurre mejor día que Nochebuena para reunir a un chico con su única familia. Lleva dándonos largas desde que descubrimos por casualidad que seguía con vida. Mire señor MacReady, me dan igual las razones por las que no ha reclamado a su nieto en estos cuatro años, pero si ahora me vuelvo con él irá derechito a una institución. Se lo dejo a su conciencia.

La asistente social aguardó con la mano en la empuñadura de la puerta del coche. Frank miraba desafiante a su abuelo, disfrutando la novedad de que no fingieran alegrarse al verlo. Había odiado a su abuelo desde que supo de su existencia. Decidió que tal vez fuera divertido esperar una semana para escaparse de allí. Luego recordó que estaba en el corazón de Kansas, a cientos de kilómetros de ninguna parte y el vello del cuerpo se le erizó. No sobreviviría en aquella planicie cubierta de nieve y azotada por el viento.

—No puede ser, lo siento de veras —dijo MacReady inflexible—. Lléveselo, y dese prisa. Empieza a anochecer y amenazan nevadas.

En ese momento salió de la casa un segundo anciano mascando chicle; llevaba el rifle más grande que Frank había visto.

—Vamos Jimmy, ya lo habíamos hablado. El chico se queda. Eh, el del coche. ¿Frank, verdad? Sal de ahí y trae tu equipaje.

MacReady soltó un bufido y entró en la casa.

—Y usted, regrese exactamente por donde ha venido. No se desvíe del camino hasta la verja, ni un centímetro, si valora en algo su vida.

La señora Thompson parecía querer protestar, pero finalmente entró en el coche y se alejó a gran velocidad. Le esperaba un largo viaje de regreso a Nueva York si quería llegar a tiempo para la cena de nochebuena.

Frank y el anciano de la escopeta se observaron en silencio unos minutos.

—¿Vas a quedarte ahí todo el día, Frank? Me llamo Lyman y tu abuelo y yo tenemos mucho por hacer antes de que anochezca.

—Me importa una mierda lo que tengáis que hacer tú y el maldito MacReady —contestó Frank desafiante—. Yo no pedí estar aquí.

—Es cierto, no lo pediste. Si quieres regresar con la señora Thompson puedes hacerlo, pero no olvides no salirte del camino de tierra amarilla.

—¿Y eso por qué, me vas a disparar Lyman?

—No. Es por las minas. Escucha jovencito, no juzgues con dureza a tu abuelo, no lo conoces. Lo ha pasado muy mal todo este tiempo, pero desde que tus padres murieron se ha convertido en un viejo insoportable. Ahora tú decides, aunque creo que ya lo has hecho.

Estaba oscureciendo, tenía frío y no había comido nada desde veinticuatro horas antes. Frank se puso la mochila, agarró su maleta y entró cabizbajo en la casa. Lyman lo llevó a la habitación en la que guardaban las cosas de su madre.

—Jimmy siempre nos hace cargar con ellas cuando nos mudamos. Tienes pollo frío en la cocina. Hasta luego.

Había posters de cohetes en las paredes y sobre el cabecero de la cama una foto de un astronauta delante de una cápsula espacial. Se parecía a su abuelo, solo que mucho más joven; junto a él posaban una mujer de gran belleza y larga cabellera rubia y una niña de corta edad. Al pie de la foto se leía: Misión Gemini 13.

—Somos tu abuela y yo, pero en mil novecientos sesenta y seis. La niña es tu madre con cuatro años. Fueron a despedirme a Cabo Cañaveral —dijo MacReady desde el quicio de la puerta. Llevaba un M16 a la espalda, un cinto con dos pistolas y varias granadas en bandolera.

—Pero, el programa Gemini2 terminó en el número doce —tartamudeó Frank. Al igual que a su madre, le apasionaba la carrera espacial—. Nunca hubo una misión trece.

—Era un vuelo secreto. Oficialmente se nos dio por muertos y vivimos en la clandestinidad. Siempre quise visitar a tu madre y a tu abuela, pero tuve algunas dificultades y para cuando logré contactar, Claire había muerto de cáncer y a tu madre la habían adoptado. Pensé que era lo mejor. Esa gente del servicio social ha conseguido lo que no consiguió la CIA ni la NSA.

Frank sintió como la rabia le anegaba el corazón y los ojos se le llenaron de lágrimas. El maldito bastardo permitió que su madre y su abuela murieran sin saber que estaba vivo.

—Tienes derecho a odiarme —dijo MacReady—. Si mañana seguimos vivos, te lo explicaré todo y si lo deseas te llevaré al aeropuerto.

—Jimmy, no queda tiempo. Claire dice que se acercan. Es el momento de que la conozca— dijo Lyman con unas gafas de visión nocturna sobre la cabeza.

¿Claire no era el nombre de su abuela? Frank no entendía nada.

—Viejo entrometido —dijo MacReady—, tienes razón, como siempre. Acompáñanos Frank.

Salieron de la casa. El cielo era de color negro muerte, el molino de viento giraba enloquecido y empezaba a nevar. En el horizonte unos destellos como de relámpagos evocaban el todavía lejano amanecer, pero cuando los ancianos los vieron apretaron el paso. La entrada al antiguo refugio contra tornados estaba a pocos metros del granero. Entraron, y Frank descubrió una habitación con las paredes cubiertas de mapas y esquemas indescifrables. Una mujer de gran belleza y larga cabellera rubia lo miraba en silencio sentada ante unas pantallas verdes fosforescentes Frank tragó saliva: era idéntica a la mujer de la fotografía de la cápsula Gemini, de hacía sesenta años.

—¿Es posible, abuelo? ¿Es ella de verdad? —consiguió decir.

«Por supuesto que no, Frank querido. No pretendo engañarte —dijo una voz femenina dentro de su mente—. Por culpa de unas antiguas heridas no puedo utilizar vuestro sistema de fonación. A algunos de vosotros os resulta incómodo».

—Es solo extraño —contestó Frank. Había oído esa voz antes, cantándole por la noche, preguntándole cómo le había ido el colegio, interesándose por lo que sentía: era la voz de su madre. No había dejado de escucharla ni un sólo día, a pesar de que llevara cuatro años muerta.

«Puedo utilizar otra si lo prefieres»

—No, por favor. Me gusta mucho.

—Escúchame —dijo MacReady abrazando a su nieto que no protestó—. Sé que tienes muchas preguntas, pero ahora no hay tiempo. Haz todo lo que Claire te diga —luego, girándose hacia la mujer, añadió—: Tenías razón querida, no tengo derecho a decidir por él. Ahora lo sé. Cuida de mi nieto.

MacReady trepó hacia la salida del refugio sin mirar atrás. Lyman se aproximó a Frank y le entregó una voluminosa pistola.

—Si las cosas se ponen feas, apoya la espalda en la pared, aleja lo más que puedas el arma de ti y aprieta el gatillo. ¿Me has entendido, Frank?

—¿No seria mejor que la tuviera Claire?

Lyman soltó una carcajada.

—¿Lo has oído, Claire? Perdóname Frank, no quería ofenderte. Ella no la necesita. Debo irme, Jimmy me espera.

Fin de la primera parte de

Santa Claus is coming to town

 

Si quieres seguir leyendo: Santa Claus is coming to town II.

1. [Santa Claus viene a la ciudad]: se trata de un villancico americano escrito en 1934. En él se explica a los niños que deben ser buenos y estar dormidos si quieren que Santa les deje regalo 

2. [programa Gemini]: fue el segundo programa espacial americano tripulado. Se desarrolló de 1960 a 1966, año en el que finalizaría oficialmente con la misión número doce. No tuvo mucha repercusión en la opinión pública, a pesar de ser de vital importancia para que el programa Apolo consiguiera llevar al ser humano a la Luna.

2 comentarios en “Santa Claus is coming to town. Parte I

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