Esta es la continuación de Santa Claus is coming to town I.
(Lyman ha dejado a Frank en compañía de la misteriosa Claire, y ha marchado con el abuelo del chico para enfrentarse a la llegada de un peligro desconocido).
Una luz roja tenue, como del interior de un submarino, sustituyó la iluminación del cuarto. El rostro de Claire resplandecía de forma inquietante. Frank oscilaba con el latido de su corazón.
—Claire.
«Dime, Frank», contestó Claire con la vista fija en la pantalla. Un sinfín de puntitos verdes se agolpaba en la periferia del círculo del radar.
—No era mi madre la que me hablaba en sueños, eras tú ¿verdad?
«Eres muy inteligente. Sí, era yo. De esa forma MacReady estaba al tanto de cómo te iba. Lo ha pasado muy mal».
Frank sólo pensaba en una cosa.
—¿Podrías ser como ella? Quiero decir, tener el aspecto de mi madre. Sólo una vez, por favor.
Claire tardó en contestar. Por encima de sus cabezas sonaron explosiones lejanas, como fuegos artificiales.
«Sí, podría. Pero ahora tengo que ayudar a MacReady y a Lyman. El ataque ha comenzado».
Los puntitos verdes de la pantalla aumentaban de intensidad y desaparecían.
—«Los antiaéreos hacen su trabajo —bramaron los altavoces con la voz de Lyman—. Esos malditos renos del general Rudolph están recibiendo una buena».
A Frank ya no le sorprendía nada. Las explosiones arreciaron y parecían acercarse. El techo del refugio temblaba.
—«Atención, los elfos[1] han penetrado la alambrada —se oyó decir a MacReady—. Las minas los contienen de momento».
El estruendo aumentó de intensidad, había explosiones, zumbidos que amenazaban con reventar los oídos y ráfagas de disparos que no acababan nunca. Frank se hizo un ovillo en un rincón y se cubrió la cabeza; parecía el fin del mundo. Claire se mantenía imperturbable ante el caos que se había adueñado de la pantalla. Frank no estaba seguro, pero bajo aquella iluminación de sala de revelado le parecía que la mujer que no era su abuela cambiaba de aspecto, incluso de forma. A veces unos brazos de longitud imposible se extendían por la mesa. De repente la pantalla se vació de puntitos y las explosiones acabaron. El silencio que sobrevino le pareció aun más aterrador.
—«Se han retirado. Lyman, ¿qué opinas?», dijo el abuelo por los altavoces.
Lyman tardó en responder treinta angustiosos segundos.
—«No me gusta —dijo Lyman como si le costara respirar—. Traman algo».
—«Claire, ¿ves algo en el radar?».
«No MacReady, pero a mí tampoco me gusta».
Frank sabía que no soñaba, por sorprendente y disparatado que pareciera todo. Lo sabía igual que había sabido que era Claire la que le hablaba por las noches y que era capaz de cambiar de aspecto a voluntad. Había sido mucho más difícil aceptar que sus padres nunca volverían cuando tenía diez años. En la pantalla apareció un puntito verde que aumentaba de tamaño y se acercaba a gran velocidad.
—«Claire, ¿ves lo mismo que yo?», dijo su abuelo con desaliento.
«Sí», fue su única respuesta.
—«El maldito bastardo ha decidido venir en persona —dijo Lyman—. Estamos jodidos».
—«Claire, saca a mi nieto de aquí —dijo su abuelo con un tono de voz que helaba la sangre—. Intentaremos daros todo el tiempo que podamos. Frank, puede que me equivocara, pero no puedo cambiar el pasado. Te quiero, y quería a tu madre. A tu abuela la adoraba. Claire, te agradezco lo que me has dado todos estos años, y quiero que sepas que volvería a hacer lo que hice. Cuida de mi nieto».
«No. No tenéis ninguna posibilidad frente a Santa. Dejádmelo a mí», fue la respuesta de la mujer de la larga cabellera.
—«Te prohibo que lo hagas, no sobrevivirás», suplicó el abuelo de Frank.
«Os lo debo, a ti y a Lyman, por todos estos años. Y a tu nieto. Gracias y buena suerte MacReady».
Claire se puso en pie. Parecía distinta, pero seguía teniendo el aspecto de su abuela. Extendió una mano blanquísima hacia Frank, y este acercó la suya. Cuando contactaron fue como sentir una descarga eléctrica. En una milésima de segundo Frank vio pasar millones de años. Una infinidad de mundos y civilizaciones nacieron y murieron ante sus ojos. Experimentó los miedos, esperanzas y alegrías de miles de millones de seres inimaginablemente lejanos en el tiempo y el espacio de la Tierra y los seres humanos. Al borde del colapso, soltó la mano de Claire y cayó al suelo. Ante él vio a su madre, tal como la recordaba.
—Mamá, os echo tanto de menos a ti y a papá.
«Lo sé cariño, y nosotros a ti, pero tienes una vida por vivir. Ahora debo irme».
Frank no estaba dispuesto a quedarse allí, y siguió a su madre hasta el exterior. El cielo estaba parcialmente cubierto y había dejado de nevar. Todo estaba arrasado alrededor y lleno de restos. Solo el granero permanecía en pie. El ser que había sido Claire y la madre de Frank no dejó de aumentar de tamaño y cambiar de forma hasta que no quedó en él ningún atisbo de humanidad. En medio de los campos calcinados separó los ocho brazos y osciló de un lado a otro; estaba bailando. En el norte apareció una estrella de color rojo que se acercaba a gran velocidad.
De entre las ruinas de la casa surgió MacReady, con un brazo colgándole inerte al costado.
—Tenemos que regresar al refugio.
— ¿Y Lyman?
MacReady negó con la cabeza.
—No lo consiguió.
Frank miró hacia el norte antes de entrar en el refugio. Al principio le pareció un avión de pasajeros con mil luces de colores. Las cosas que había visto aquel día habían aniquilado su incredulidad y su capacidad de sorpresa, pero lo que se acercaba era más que increíble, era incomprensible. Un gigantesco trineo tirado por unos seres que recordaban a renos revoloteó sobre sus cabezas. El sonido de los cascabeles era espantoso. En el pescante del trineo, una masa amorfa de color rojo, llena de pústulas llameantes, agitaba sus ocho brazos y lanzaba aterradores alaridos que quebraban el tejido mismo de la realidad.
MacReady le gritó que bajara, pero Frank se resistía. El ser que había sido Claire resplandecía en colores rojos, blancos y verdes. A su alrededor el terreno ondulaba como en un terremoto. Piedras, montones de tierra calcinada y restos de renos y duendes, se elevaban hacia el cielo como atraídos por un imán. De repente, aquel espectáculo de pesadilla se detuvo como si alguien hubiera pulsado el botón de stop en el televisor. Un tentáculo salió disparado del ente-Claire hacia Frank, lo arrojó al interior del refugio y cerró las puertas.
El terror que había mantenido a raya mientras estuvo en la superficie se liberó de golpe, irresistible. MacReady abrazó a su nieto que lloraba y gritaba como si asistiera por segunda vez a la muerte de su madre. Todo temblaba alrededor de ellos, cada vez con más intensidad. Frank estaba seguro de cuál iba a ser el desenlace final: no volvería a ver a Claire.
—«Todavía sigo aquí compañeros —tronó Lyman por los altavoces—. Este niño está bien despierto y ha sido muy, pero que muy travieso[2]. Voy a darle al viejo Santa una patada en su gordo trasero que nunca olvidará. Yipi ka yei, voy a joderte bien hijo de puta[3]».
El oído experto de MacReady identificó, por encima del ensordecedor ruido, el sonido del helicóptero a reacción que escondían en el granero.
—Lyman, no seas estúpido, tus armas no pueden dañarlo.
—«¿Y quién dijo que pensara dispararle? Jimmy, ha sido un honor compartir contigo todos estos años. Claire, si puedes oírme en la forma que tienes ahora te pido que cuides de esos dos; los MacReady se creen más listos de lo que en realidad son. Y tú, Frank, ten paciencia con tu abuelo. A mí sigue sacándome de quicio después de sesenta años. Cambio y corto.
—Creí que nunca acabaría de despedirse, viejo testarudo —dijo MacReady con lágrimas en los ojos.
Fin de la segunda parte de
Santa Claus is coming to town
Si no leíste la primera parte: Santa Claus is coming to town I. Y si quieres conocer el desenlace puedes leer Santa Claus is coming to town III.
[1] Elfos de Santa Claus: También llamados duendes o gnomos, son los encargados de fabricar los regalos, básicamente juguetes, que Santa reparte a los niños buenos.
[2] En la cancion de Santa Claus is coming to town se dice que los niños deben haber sido buenos y estar dormidos en nochebuena para que Santa les deje regalos.
[3] Yipi ka yei(…):adaptación de la frase que le dice Bruce Willis al malo en La Jungla de Cristal III.
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